Diario de las estrellas

Parte II

La humanidad

Día 545

—¿Desde hace mucho estás muerto?
—No lo sé. Los muertos no tenemos memoria.
Hatomi Tsujabasa

La noche: lugar silencioso y libre de rostros sonrientes.
C.H.

El sol aparece por nuestro horizonte. Es la primera vez que he contemplado con tranquilidad un amanecer en este lugar y, por un breve momento, he deseado quedarme en este planeta. Su luz contiene un amarillo pálido que llega a cautivarme porque destapa los recuerdos. Las sombras vuelven a ver la luz. Une femme se promène souvent\ Dans le jardin toute seule. Las largas tardes frente al enorme salón en medio de la sala y ella, con el cabello revuelto y el suéter amarillo que casi siempre llevaba como un uniforme. Y las noches de juegos infantiles y de risas que explotaban en toda las habitaciones hacían de esos días cotidianos realmente especiales ¿Cuándo dejamos de ser niñas? La respuesta es sencilla. Un día, al despertar, descubres la fragilidad de la existencia en medio de un mundo que nos obliga a mirar a la adultez con prometedoras proyecciones y, una vez ahí, saboreamos el chasco de una niñez perdida.
Recuerdo que era feliz como niña cuando no pensaba que era niña, y entonces mis ojos fueron abiertos. Abracé la ilusión banal de querer ser alguien. Cómo deseaba que toda esa agitación interna encuentre una tranquilidad apacible ¿Y quién podría haber pensado que la encontraría fuera de la Tierra?
Todo es tranquilo aquí, tal como deseaba que fuese la Tierra en su momento, pero no sé, hay algo que no logra encajar. La tranquilidad da paso a la tormenta. Esta sensación trae rostros que no deseo ver. Los fantasmas están en uno, nos habitan como si fuésemos un recipiente hasta el determinado momento en que, por una circunstancia o hechos del azar, despiertan para volver a vernos desde los rincones más alejados del pasado, lugar en el que los sepultamos para no verlos más.

*

Las pesadillas ya no están, pero parece que han dejado un enorme agujero que ha terminado por quebrarme. Situación insoportable: esta atmósfera de soledad dentro de mí. Quiero pensar, sin embargo la nostalgia me envenena, me vuelve torpe. No hago otra cosa mas que recordar desde la mañana.

*

Acabo de revisar las probabilidades para una posible colonización individual del planeta; son pocas, pero óptimas. Con un tiempo prudente de aclimatación y la indumentaria adecuada, se podría sobrevivir en este nuevo ecosistema y, así, alcanzar el propósito original de la misión: poblar Sina, aunque solo sea con una persona. Tener un planeta entero para mí, ser su primera y última habitante. No es una idea descabellada.
Lo pienso mucho, aunque un nuevo pensamiento cae sobre mis nuevas decisiones, ¿qué harían ellos sin mí? ¿Cómo podrían sobrevivir sin mis atenciones? Es estúpido todo esto. Pienso en ellos, sé que no debería hacerlo y aún así lo hago. No puedo evitarlo. Mientras Odiseo tenga tripulantes, yo tendré que estar aquí, es mi (maldición) trabajo. Somos los últimos seres humanos de la historia… Bueno, hasta el momento en que el piloto dijo que encontró a una persona.
Cuando lo escuchó, la capitana se petrificó. Mihole se volvió a desmayar y yo trataba de inducirlo al reposo. Le inyecté un suero que acondiciona las neuronas y el sistema nervioso para que solo descanse como cualquier sueño.
La capitana seguía de pie delante de él con el mismo semblante de asombro. No decía nada. Silencio absoluto, pero la conozco; deseaba saber más… como yo.
—¿Cree que sea verdad lo que dice? —le pregunté para alejar el silencio.
—No lo sé. Pudo ser una alucinación por la falta de alimentos y agua; he visto algunos casos.
—Entonces, no cree que…
—Con todo lo que ha sucedido solo voy a creer lo que mis ojos puedan ver. Hasta ese momento, nada es seguro… Por favor, cuando Mihole vuelva en si, avísame de inmediato. Tenemos que preguntarle sobre la palabra encontrada en su cámara.
Su “escudo” estaba activado. La entiendo. ¿Habrá podido dormir? Lo más seguro es que no. Intuyo que lo que menos deseaba era que el piloto dijera eso. Imagino su primer pensamiento. “No, por favor, otra vez no”. Respirar una nueva esperanza y exhalar una nueva desilusión es lo que menos necesitamos.
Por mi parte, he tenido que pasar la noche con Mihole ante cualquier manifestación adversa en su estado. Sus signos vitales son estables, por el momento, pero aún así, tengo que estar alerta.
“¿Vuelvan?”.
Eso decía el mensaje, ¿fue lo que encontró al tratar de descifrar las ondas recibidas desde aquí? “Una persona”… ¿Podría ser posible? Después de tantos días de búsqueda, ¿por qué aparece una en estos momentos? No llego a entender lo que sucede, es como si fuéramos el juego caprichoso de alguien superior y nosotros solo las fichas que se mueven caprichosamente. Primero en Tau Ceti, y ahora en Sina.

*

Me inquieta una pregunta. ¿Qué pasaría si llegamos a encontrar a un grupo de humanos en este planeta? ¿Nos quedaríamos aquí? Creo que la capitana y el piloto tomarían esa decisión. Lo que más necesitan es encontrar personas y recibir información del pasado. En cambio, ¿qué haría yo? En ese punto, la situación cambia. Dejar una Tierra para volver a habitar otra. No. Las humanidad es la misma siempre. En cambio, podría solicitar algo más: despegar sola en Odiseo, viajar hacia lugares desconocidos, sectores inhóspitos del universo donde ningún ojo haya alcanzando una imagen. Visitar otros sistemas solares o, incluso, ¿salir de la Vía Láctea? Sé que estoy desvariando un poco, pero, ¿por qué no? ¿Qué me impide intentarlo si se dan las circunstancias? Me encantaría hacer eso. Luché tanto para acceder a este trabajo. De millones de postulantes fui yo la única seleccionada para el área de enfermería. “Si he de morir, prefiero que sea viajando”, se lo dije a mi pareja de ese tiempo sin pensar que ese viaje sería a través del espacio.
Recuerdo mi bicicleta negra, manejar por la ciudad los domingos y tratar que ningún auto me golpeé. Sentir la velocidad, ser parte de ella, carecer de miedo y sentirme poderosa por unos momentos, sin pensamientos: ser movimiento puro. Viajar, ese siempre fue mi sueño.

*

Está algo aturdido, somnoliento. Me pregunta cuánto tiempo estuvo dormido. Siento que desea gritar, pero el efecto de los medicamentos se lo impiden. Lo veo más delgado y débil. Cogí una silla y me senté a su lado. Le digo que afuera hubo una hermosa mañana. No sé porque lo dije, me sentí tonta después de pronunciarlo.
—Debe tener tantas preguntas en su cabeza —me dice con un tono pausado— desearía poder contestarlas todas… Y pensar que ayer, a esta hora, buscaba desesperadamente un poco de agua.
—Es un idiota. No debió irse de la nave —le dije sin percatarme de lo fuerte que sonaron mis palabras.
Guarda silencio. Comienza a controlar su respiración y su atención la dirige al techo, aunque en realidad, intuyo que recordaba con mayor nitidez alguna imagen del pasado.
—¿Nunca experimentó un miedo tan profundo que la obligara, de manera alarmante, a huir de todo lo que la rodea?
Sí, pero no respondí.
—Correr, solo eso, correr. Tomar una nave y volar lejos de aquel recuerdo que en otro tiempo era vital, y que ahora, es veneno en la mente, hasta tal grado, que deseas que ese recuerdo no hubiese existido nunca.
No entendía nada. Hablaba, pero en ningún momento se dirigió a mí. ¿Me veía o solo pensaba que era un sueño? Divagaba en algún rincón de su mente.
—Mejor será que descanse. La capitana lo necesita lúcido cuánto antes.
Su mirada cambió por completo. Parecía que quería llorar, pero no, solo se mantuvo en actitud contemplativa por un largo rato.
—Abajo, yo estuve abajo. Mucho frío. Sombras. El silencio que anula cualquier pensamiento. El miedo de no despertar. La angustia de no dormir.
Me levanté. No podía permitir que llegué a un punto crítico de desvarío, lo que agravaría su situación.
—Mihole, tranquilo. Lo único que va a conseguir es acelerar su ritmo cardíaco.
Le di una dosis menor a la anterior para que descienda su adrenalina. Los efectos tardarían unos minutos. Se mantuvo estable, ya no temblaba. Pensé que dormiría, pero seguía consciente observando el techo de la sala de enfermería.
Se supone que debía avisar a la capitana sobre el estado del piloto, pero no lo hice; desconozco el por qué.
—¿Extraña mucho la Tierra?
—Un poco— mentí.
—Recuerdo claramente la situación en la que nos encontrábamos. Las innumerables promesas del gobierno central y las terribles noticias que nos llegaban del otro lado del mundo. La severidad del gobierno al castigar cualquier chispa extraña de desorden. Las pocas células que aparecían con ideas del sur… como los del Lazo azul y su lucha “independentista” o la idea abominable de volver a comer carne animal… Ahora, como cuándo estaba abajo, no puedo olvidarlo. ¿Recuerda la frase de la Primera Orden?
—“Igualdad para todos”.
—Muy buena frase, ¿no?
—Es una frase estúpida.
Mihole me contempló como si esperara que fundamente mi observación. Me comenzó a poner nerviosa. Demonios, ¿por qué volví a hablar?
—Es muy inocente pensar que todos vamos a ser tratados con igualdad, ¿no cree? Uno siempre va a salvaguardar a los que aprecia, y a los otros, los tratará sin tantos o ningún beneficio. Por ejemplo, cuando cayó el norte de Egipto en el 29’, las organizaciones del centro y sur se unieron para evitar un golpe de estado con la promesa de recuperar el territorio perdido. “Egipto es solo para los egipcios y egipcias”. Cuando recuperaron el poder en el norte, lo primero que hizo el gobierno fue entablar un tratado con el imperio jihadista para introducir, casi en el acto, el Islam como religión oficial de Egipto. Lo que se demostró años después, es que los jihadistas apoyaron al gobierno para poder apagar esa revuelta y, luego, controlar el resto del país. La igualdad es imposible dentro de una naturaleza tan segregacionista y parcial como la nuestra.
El piloto me veía como si deseara que continuara mi verborrea. Por momentos, pude ver en esa agotada mirada una chispa apremiante de curiosidad. Para su mala suerte, lo desilusioné.
—Sabe mucho para ser tan joven, ¿cuántos años tiene? ¿28 o 29?
—¿Realmente importa?
—En cierto punto, sí. Su ejemplo de Egipto es muy bueno. Ayuda en su argumento. No solo tiene un amplio conocimiento sino que sabe como administrarlo. Lástima que no pueda ver más allá.
—¿A qué se refiere?
—¿Por qué cree que se formó la Primera Orden? O mejor dicho, ¿por qué cree que todos la aceptamos?
—La Primera Orden fue una imposición de los líderes del planeta para poder controlar con mayor mano de hierro a los ciudadanos. No hubo un referéndum, a nadie se le consultó. Se instauró una dictadura en todo el hemisferio norte del planeta. Solo algunos países del hemisferio sur lograron cierta independencia, hasta que, la Primera Orden buscó paulatinamente engullirlas. ¿No te parece curioso que los líderes llamaran a esos estados no anexados como los “otros”? A mi me parece perturbador, nauseabundo toda esa parafernalia política. La palabra no encierra un racismo radical como el que se estaba acostumbrado, pero si una diferencia radical. Un nuevo tipo de racismo, uno envuelto en una aparente compasión; ¿sabe? No éramos mejores que ellos, pero éramos distintos porque pertenecíamos a la Primera Orden y ellos no. Fuimos distintos porque teníamos un “mejor” gobierno y organización. Éramos catalogados como “buenos” ciudadanos para así obtener beneficios. Los “otros” no eran inferiores, decir eso sería abominable, solo eran desafortunados, por eso debían de pertenecer a la Primera Orden.
—No hay duda, tienes un juicio admirable para argumentar, pero estás equivocada.
—Si quieres creer que la Primera Orden tuvo un gobierno justo y pacífico como tanto peroraba la propaganda, pues es tu problema. No te dije todo eso para que cambies de opinión.
—Y yo no te diré esto para que cambies la tuya… ¿Recuerdas la historia de Roma en su proceso de República a Imperio? Seguro que sí.
Asentí. Estaba más lúcido que nunca, su mirada volvía a cambiar, ahora mostraba una insaciable determinación. Se acomodó sobre la cama para sentarse con tranquilidad. No sabía a que punto quería llegar.
—Una vez derrotado Pompeyo y al ser el único cónsul con vida, Julio César se autodeclaró dictador de la República. Su gobierno era prácticamente una monarquía, pero conservó los magisterios republicanos siendo él el único representante de todos. Para mantener ese poder, no solo tenía que tener el favor de los patricios, que de por si le temían, sino que, impulso muchos beneficios para la plebe y, así, los ciudadanos no protestarían ante cualquier movimiento político contra la república si el gobernante los alimentaba y protegía. Con tanto poder, hizo algo que determinó la estabilidad de los ciudadanos: los hizo sentir seguros.
—¿Y eso qué tiene que ver con la Primera Orden?
—Cuando leía en mi tiempo libre libros de historia. Me enteré de incontables epopeyas de repúblicas, imperios y monarquías que llegaban a un auge esplendoroso y que, posteriormente, sucumbían al ocaso de una larga vida. Todos, comienzos y circunstancias muy diferentes entre sí, conflictos desencadenados que se podría decir que no tenían nada en común, concordaban en un hecho especial entre todo ese mosaico de historias, un patrón particular que se repetía constantemente a los largo de los tiempos: las personas, por sobre todas las circunstancias, tienden a sobrevalorar la protección del gobierno de turno. Puedes matarlos de hambre, equivocarte en alguna decisión, ser corrupto, pero si los ciudadanos no se sienten protegidos tanto por enemigos externos como internos, no aceptarán a su “dictador” de turno. Pasó en Roma con Julio César, en Francia con Napoleón, en Alemania con Hitler, en la URSS con Stalin, en Perú con Fujimori, y en casi todo el mundo con la instauración de la Primera Orden…
Debo reconocer que no había visto los hechos desde esa perspectiva. Mis ideas estaban congeladas. Quería replicar, pero carecía de armas verbales. Solo tenía una opción: seguir escuchando.
—Mis padres nos contaron a mi hermana y a mí lo que pasó en esos años, lo que pasó en realidad. Estábamos al borde de una explosión nihilista a escala global. La noticia que la atmósfera estaba en una situación crítica tenía solo un par de meses y los pronósticos económicos solo anunciaban crisis incalculables. Los que tenían sostenibilidad financiera sufrirían y los que tenían poco pasarían hambre; profecías que a ninguno de los dos sectores les convenía y, en los momentos previos a caer en el abismo, apareció la Primera Orden instaurada por la mayoría de los gobiernos mundiales. Ese mismo día, se declaró ley marcial en los estados declarados. Desde ese día, los castigos se volvieron noticia diaria en los periódicos. “Aquel que va en contra del estado es enemigo del estado”, era uno de los lemas que se dejaba escuchar en calles. La violencia y las condenas no fueron silenciadas, nada se ocultaba, al contrario, el gobierno solicitaba a la población que ayude en su difusión de cualquier acto cometido por la ley. Se tenía que evitar una nueva caída, como en Francia. Se proclamó una nueva constitución, cuyo primer artículo decía: “El orden debe descender sobre los ciudadanos como el filo de una espada sobre un cuello descubierto”¹. Las reformas de represión fueron aumentando, y para sorpresa de los demócratas, las nuevas leyes, con todo y sus férreos castigos, comenzaron a tener beneficios prácticos: los crímenes descendieron, la estructura socioeconómica se estabilizó, se impulsó el consumo de vegetales para dejar atrás esa carnicería despiadada contra los animales, la pobreza descendía más con cada año.
En este punto, quería que se callara. Sus palabras me incomodaban por el sentido práctico que les daba. La prohibición de comer carne, lo recuerdo bien. El padre de mi padre contaba en las reuniones que nada era comparable al sabor de la carne y maldecía al gobierno por todos esos cambios. El monopolio de la carne en el mundo fue tomado por el de los vegetales y productos veganos. Ser vegetariano era normal en nuestra sociedad. Solo los del sur comían carne.
—Los demás países, al ver que el orden absoluto tenía efecto, solicitaron adherirse a la confederación. Poco a poco, todo el hemisferio norte del planeta pasó a ser territorio de la Primera Orden ¿Cuál fue su secreto? El mismo que el de Roma, Francia, Alemania y los demás, brindar una efectiva seguridad tanto interna como externa. En los otros países (demócratas, anarquistas, socialistas, teocráticas, etc), proclamaban que existía dentro de la confederación una dictadura cruel que incitaba la practica de crímenes contra la humanidad y destruía el concepto de libertad para todos sus habitantes; estaban completamente equivocados. Nosotros, me dijo mi padre, aceptamos la opresión y la fuerza de la Primera Orden por la seguridad que nos prometía. Si no se hubiera instaurado la dictadura, lo más seguro es que hubiésemos vendido la casa y errado por todo el continente o, peor aún, alguien nos hubiera arrebatado a la fuerza y quizás nos hubieran asesinado a todos. Si obedecemos la constitución estaremos tranquilos. No hay peligro que alguien nos haga daño por terror de entrar al interior de los muros. Y nadie quiere entrar a los muros a modo de castigo. Si respetábamos el orden, podíamos caminar tranquilos por las calles gracias a la Primera Orden.
Hay momentos en los que uno se siente minimizado por la más simple muestra de superioridad de cualquier índole. Un improvisado debate de posiciones finalizaba con un incómodo silencio. Es un estado natural del hombre sentirse pequeño ante otro.
Para ese momento, estaba sin palabras, no sabía que mierda decir. Una salida fácil hubiera sido irme, pero seguía ahí, atravesada por su mirada determinante.
—Y con referencia a los “otros”, debo decir que tiene razón. La mayoría les decíamos así con una naturalidad aterradora. No había pensado sobre el racismo al pronunciarla, al contrario, como tú dices, sentía pena por ellos por seguir viviendo en un mundo caótico. Respóndeme, ¿hay algo más salvaje que vivir entre guerras una y otra y otra vez como en el hemisferio sur? La guerra es el estado natural del hombre, entonces se puede decir que nosotros éramos el nuevo estado antinatural del hombre.
—Esa es la semilla de la Primera Orden, hacernos creer que somos mejores por el simple hecho de estar dentro de la confederación. No puede ver que…
—¡Sí! Todos en la Primera Orden éramos racistas, pero necesitábamos serlo para continuar existiendo en un mundo que comenzaba a desmoronarse para nosotros. “El hombre antiguo habita el sur, viviendo entre la sangre que cubre las tierras por las guerras que sus propios habitantes incitan. Nada hay más natural para ese hombre que la guerra, pero nosotros somos diferentes, somos el nuevo hombre que habita cerca al sol, cerca a la ciencia y el orden. El castigo hace que un hombre sea esclavo, pero a la vez, le otorga libertad a muchos otros al protegerlos de ese hombre con ideas sureñas”².
—Como odiaba ese fragmento. Nos obligaban a decirlo en la universidad como un himno todas las mañanas.
—Éramos ovejas, protegidas de cualquier peligro que pueda suceder antes de que los síntomas del fin comiencen a aparecer. Aceptamos el chigaliovismo con placer. Muchos decían que nuestra libertad fue arrebatada el día que se instauró la Primera Orden. No, al contrario, cada día nosotros éramos libres. Nosotros aceptamos la dictadura, escogimos perder la libertad para poder sentirnos seguros en el umbral de la oscuridad. Y eso, para mí, es la mayor muestra de libertad de todas. Abrazar la igualdad absoluta en la esclavitud que nos ofreció la Primera Orden al poder salvarnos de la peor bestia que habitaba ese planeta: el antiguo hombre.
Mihole giró su cabeza, su mirada nuevamente había cambiado. La determinación dejó espacio para un leve cansancio. Miré hacía atrás y estaba ella, la capitana, observándonos desde quién sabe qué momento.
Me resultó extraño que no se haya presentado. Estaba quieta, como la noche anterior que Mihole pronunció la frase. Se acercó lentamente hacia nosotros; parecía molesta. En ningún momento se dirigió a mí. Toda su atención era dirigida al piloto y en aquello que tenía que decir.
—Mihole —decía la capitana— cuando llegó ayer pronunció una frase que…
—Sé muy bien lo que dije.
—Bien, eso hace más simple las cosas. Dígame, ¿es verdad?
En ningún momento le quitaba la mirada, estaban como encadenados uno al otro en ese instante. La respuesta del piloto definiría todo.
—Sí.
La capitana exhaló. Su cuerpo dejaba de estar rígido.
—Carla, ¿en cuánto tiempo Mihole estará apto para descender a Sina?
—A más tardar, en dos días capitana. Sus signos…
Ella volteó a verme para confirmar lo dicho. Tenía una mirada cruda, impaciente y amenazante.
—Si es que no hay una recaída…
La capitana asintió. ¿Qué sensaciones escondía su mirada, cuántos miedos y esperanzas se hallaban dentro de ella?
—Una cosa más. Hace unos días ingresamos a su cámara. Encontramos una frase escrita con su dedo sobre la pantalla de su …
—“¿Vuelvan?”.
Era como si la capitana quisiera ir directo a lo que le importaba, dejando atrás sutilezas y protocolos que en ese momento le estorbaban.
—¿Qué significan? Se lo ordeno Mihole.
Mihole guardó silencio. Podía darme cuenta como la inyección comenzaba a tener efecto. La capitana no dejaba de observarlo.
—Es la única palabra que pude intuir.
—No lo entiendo.
—Cada día mi investigación era decepcionante. No podía encontrar nada. Iba a dejarlo cuando se me ocurrió… intentar descubrirlo con el Manual Alfabético de Ondas Jenkins³. En ese tiempo era muy conocido pero no oficial. Intenté decodificar el mensaje con el Manual… para ver si podía encontrar algo y… solo pude hallar una concordancia vaga, una similitud sutil con el español que conocíamos en ese entonces: guelvap. Estuve dándole vueltas por varias horas para hallar una solución y lo único que pude deducir de ese nuevo vocablo era “vuelvan”. No tengo nada más que comunicar
—¡¿Y por qué no nos notificó?!
—¡Por qué no es seguro! Solo es una deducción por el momento. No quería ilusionarlas por algo así. Tenemos que… estar seguros de… cualquier paso que hagamos de ahora… en adelante.
La capitana mostraba molestia, una que nunca había visto. Sus puños, la presión de sus mandíbulas, la tensión de su cuerpo; estaba envuelta en una ira que no podía disimular.
—Descansen muy bien, Mihole y Carla.
La capitana abandonó la sala. Mihole ya no era el mismo, nuestra conversación se había roto. Sus ojos se cerraban. Se recostó sobre la cama.
—Esa persona que encontré —decía Mihole— me miró por mucho tiempo… y por lo que veo… la humanidad no ha cambiado mucho…
Se durmió.
Salí de la enfermería y fui a mi cámara. Nunca había sentido el pasaje de Odiseo tan largo, con las maquinas funcionando con normalidad pero soltando un sonido que en ese momento sentía insoportable. Solo quería estar en mi habitación y descansar. En eso, poco antes de llegar a mi cámara, la capitana me interceptó. Su rostro no había cambiado.
—Carla, espero que no vuelva a desobedecer una orden mía.
—Discúlpeme capitana, me olvidé de avisarle…
—¡Que no se vuelva a repetir! Nada debe interferir en nuestra misión y mucho menos la ineptitud. No quiero volver a repetírselo.
Nunca la había visto tan molesta conmigo. Lo admito, me dolió, aún me duele. Se fue a su cámara. Tengo cierto temor que posea el síndrome del capitán Ahab⁴. El sonido que dejó su puerta al cerrar fue abrumador. ¿En qué momento nuestras miradas cambiaron? Es como si el miedo nos hiciera hablar. La capitana, el piloto, yo, nos sumergimos nuevamente en la noche más oscura y, esta vez, parece que nada podrá hacernos despertar.
¿Qué habita en las entrañas de este planeta?
¿Qué hay detrás de todo esto?
¿Por qué vuelvo a sentir miedo?

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¹ Proclamada por los 25 primeros países de la Confederación el 29 de abril del 2027, la Constitución fue publicada y, por orden del los líderes, de lectura obligatoria tanto en los colegios como en los centros laborales. Tener un amplio conocimiento de sus artículos y, sobre todo, ponerlos en práctica, elevaba la posición del ciudadano dentro de la sociedad.
² Escrita en el 2030 por el filósofo alemán Glen Kruger y la austríaca Helen Bhumhem, los Tratados de la identidad maldiana, fue la búsqueda y logro de la Confederación por introducir la ideología dentro de la cultura. La Primera Orden no pensó en prohibir la cultura, al contrario, lo que hizo fue injertar la cultura dentro de su ideología.
³ Esta obra fue publicada en el invierno del 2041 por Alfred B. Jenkins, en un trabajo de 15 años por decodificar las ondas irradiadas por el nuevo sistema tecnológico para comprender con facilidad los mensajes. El libro ilustraba de forma didáctica el manejo y la alfabetización de las ondas.
⁴ Introducida en el diccionario de enfermedades psicológicas compendiada en el 2045, el síndrome de Ahab está basado en el vehemente capitán de la novela de Herman Melville, Moby Dick, descrita como una patología en la que el enfermo es diagnosticado con una inestabilidad emocional y con meta clara en un punto del cual nadie puede alejarlo. Las estadísticas lanzaban que 89 de cada 100 pacientes se suicidaban por los altos niveles de tensión y estrés a los que eran sometidos.